La esfinge oro
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Jacques Martin, Alix, "La esfinge de oro"
Las primeras aventuras de Alix, que bien pueden ser llamadas las de viñeta pequeña, destacan por la complejidad de sus asuntos. Su grafía aún está en formación y, como ya observé en las notas correspondientes a Alix el intrépido, todavía carecen de la perfección de las de las últimas entregas. A cambio, sus tramas son tan complejas -si cabe más que las de dibujo perfecto- que atrapan al lector con el mismo magnetismo que esas entregas posteriores de grafías mucho más conseguidas. A mi entender, dicha proliferación de asuntos en el argumento principal -como también creo haber apuntado en alguna de las notas anteriores- se debe a su concepción como entregas semanales para la revista Tintín. Tanta capacidad de trabajo, comparable a la del gran Hergé y Bob de Moor, me lleva a pensar que Jacques Martin también fue un stajanovista. Si acaso, a excepción de gran Edgar P. Jacobs, lo fueron todos los primeros discípulos del gran Hergé.
Ambientada en las postrimerías de esa batalla de Alesia que es una de las referencias fundamentales de la colección, la primera trama de La esfinge de oro queda en el conjunto del álbum como una especie de prólogo que no tiene nada que ver con la aventura posterior. Con el correr de los años, ya en 1985, en Vercingétorix, Martin desarrollaría lo mostrado en esas primeras viñetas fechadas en 1949. Si este dibujante hubiera revisado sus álbumes, tal fue el caso de Hergé cuando en la posguerra se le impidió publicar acusado de haberlo hecho durante la ocupación, es muy probable que todo ese prólogo -el rescate de Vanik por parte de su primo Alix, favor que le será devuelto por Vanik a nuestro paladín en la espléndida Las legiones perdidas-, se hubiese suprimido. Pero ahí está.
De modo que cabe estimar que La esfinge de oro propiamente dicha empieza en la página 18 cuando "varias semanas después" -según reza la filacteria correspondiente, que en su momento debió de ser la primera de una nueva entrega en la revista- Alix deja a César en las nieves con su pacificación de la Galia trasalpina y arriba a esa Alejandría que también será otro de los escenarios más frecuentes de sus peripecias. Le lleva hasta allí una intriga que se trama contra Roma.
Es en verdad sorprendente la veneración que Martin siente por Roma. Sólo así se explica la romanización de Alix -inspirada en la de los hijos de Vercingétorix por cierto- y su tendencia a que los villanos sean fenicios. Fenicia fue la fundadora de Cartago y los cartagineses los grandes enemigos de Roma. De lo que bien puede seguirse que Karán, el primero de los malhechores que le salen al paso a nuestro héroe en estas páginas sea fenicio, como también lo serán Segobal y Galo, dos de los principales artífices de la intriga de La isla maldita. En aquel álbum tanto como en éste, por encima de los fenicios está el griego Arbacés, villano tan digno como Olrik, el eterno antagonista de Blake y Mortimer, aunque sigo creyendo que es griego porque lo era Rastapopoulos. A diferencia de los grandes malotes de la línea clara, quienes quieren acabar con los héroes para que dejen de cruzarse en su camino, Arbacés -al menos en esta entrega- pretenda ganarse a Alix para su causa. De ahí que lo aloje confortablemente en su fortaleza aunque lo tenga cautivo.
Naturalmente, es Arbacés quien se esconde que tras la máscara de oro de que da nombre a la conjura de la Esfinge. Aquí ya ha dejado de ser ese instrumento de Pompeyo contra César que fue en Alix el intrépido. Sus planes pasan por la conquista de Egipto, Grecia y el mundo. A tal fin se ha construido una de esas fortalezas escondidas que también serán frecuentes en la serie -La isla maldita, El último espartano- y se ha hecho con la pólvora merced a dos sabios chinos que trabajan en su fortaleza.
Pero lo que en verdad cuenta de esta segunda entrega es el primer encuentro entre Alix y Enak. Tiene lugar cuando, tras ganarse con sus buenos modos a Josah -un comerciante del barrio fenicio a quien Alix pide información sobre una esfinge en miniatura alusiva a la del título-, éste advierte que Karán espía a Alix. Así pues envía a Enak tras los pasos de nuestro héroe para ayudarle ante la celada que se le prepara. Apenas unas páginas después cambian las tornas y es Alix quien corre en ayuda de Enak, lo que ya será otra de las constantes de la serie, como la remontada del Nilo y la peripecia por el desierto. Si bien esto parece ser consustancial a todas las aventuras ambientadas en el antiguo Egipto.
Dicen los expertos que la auténtica primera aventura de Alix es la cuarta, La tiara de Oribal (1958) ya que es en ella donde Martin alcanza la perfección de su arte. Leo estos días La tiara... y no hay duda de que es cierto. Sin embargo, estos álbumes de viñeta pequeña tienen el valor de sentar varios precedentes de la serie, desde las conjuras hasta las salidas indemnes tras las caídas por los precipicios, cuando el asunto lo exige, tanto de los villanos como de los héroes.
Publicado el 7 de julio de 2014 a las 21:15.